(Foto: http://www.elboletin.com)
El barrendero de mi barrio se llama Ángel, y lo conozco desde que comencé a llevar a mi hija a la guardería, hace ya diez años. Desde entonces nos saludamos cada vez que coincidimos, y de cuando en cuando echamos un parrafillo sobre cómo nos va. Nunca le he visto mano sobre mano, ni ahorrarse una sonrisa para darte los buenos días, incluso en las mañanas más crudas del invierno, cuando trabajar en las calles madrileñas a menos de cero grados se hace realmente duro. También pinta cuadros, unos retratos estupendos, pero me dice que ya hace tiempo que no recibe casi encargos, que la cosa también está mal para el arte de supervivencia.
Hace poco más de un mes me comentó que se estaba preparando para la huelga que habían convocado en Madrid los trabajadores de la limpieza, pero que no sabía cómo iba a poder vivir durante ese tiempo indefinido sin cobrar por ejercer -no lo olvidemos- un derecho que recoge nuestra sacrosanta Constitución. “Tendré que pedirle dinero a mi madre, me dijo”.
Le vi preocupado, como es lógico, pero convencido de la justicia de la reclamación de su colectivo. “Ganamos poco más de mil euros y nos quieren rebajar el 40%. Ya me dirás cómo podríamos vivir con 700. Y eso los que nos quedemos, porque también quieren echar a más de mil compañeros a la calle, con lo que ello repercutiría en la propia limpieza de la ciudad”.
Me dijo que la empresa que le paga, una de las tres o cuatro que operan en la Villa y (Re)Corte, había obtenido el pasado verano la adjudicación de la contrata municipal gracias a una oferta extremadamente complaciente para el cliente. Y que ahora, una vez amarrado el trinque, esa gentil empresa quiere hacer pagar sus excesos a los trabajadores. Mientras tanto, las autoridades municipales miran para otro lado cantando aquello del pío pío que yo no he sido.
Vamos, que sin comerlo ni beberlo, los que se ofrecieron a la baja para satisfacción del Excelentísimo y Endeudadísimo Ayuntamiento de Madrid fueron los propios barrenderos, Ángel y sus colegas, que ahora no se quieren dar por enterados ni complacernos rebajándose sus salarios por debajo del umbral de la esclavitud (supongo que tener un esclavo, entre pitos y flautas, debe de salir más caro que disponer de un trabajador a medio sueldo en la actual España que ya va saliendo de la crisis, según dicen).
Así que Madrid está desde hace unos días un poco más lleno de mierda de lo habitual, y algunos ya hablan de recurrir nada menos que al Ejército para librar esta batalla contra las bolsas de basura. Ahí lo tenemos: fusiles contra la huelga de escobas caídas. Se trataría de una operación militar aún más ambiciosa que la que nos llevó a recuperar el islote ese del Perejil, porque ahora nuestros soldados reconquistarían no sólo el perejil, sino las cáscaras de huevo, las pieles de plátano y cualquier otra inmundicia que ensucia esta ciudad que, como dijo su alcaldesa, se había acostumbrado últimamente a una excesiva limpieza.
Se lo tengo que decir a Ángel cuando lo vuelva a ver por mi barrio (con suerte), que dice Botella que él y sus compañeros estaban limpiando por encima de nuestras posibilidades, y que si se siguen poniendo tontos con tanta huelga y tanta polla les vamos a quitar de ahí para poner en su lugar a un cabo o un sargento primero a barrer la calle por 700 euros, que ellos sí que entienden de patriotismo y de disciplina. O incluso a la misma alcaldesa, que de basura también sabe un rato largo.
Comentarios recientes