Archivo | diciembre, 2016

«No dejaré que un teletipo me joda una bonita historia»

2 Dic

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La frase que sirve para titular esta entrada es real. La pronunció un tipo que ocupaba el cargo de redactor jefe de la web de un medio muy leído en el que un día trabajé. Se trataba de una historia sobre un delfín que al parecer se estaba dejando morir de pena tras el fallecimiento de su entrenadora, en algún acuario de no me acuerdo dónde. De fuera de España, en cualquier caso. Al parecer, la noticia en la web lo estaba petando (¿se dice ahora así?).

Sin embargo, en esa ola triunfante andábamos cuando un teletipo aguafiestas escupió la verdadera causa de la supuesta depresión del animal: una enfermedad intestinal severa le estaba matando, según reveló el diagnóstico. No, la situación no era tan lírica como el lector hubiera deseado, pero, como decimos cínicamente en el oficio, no dejes que la realidad te estropee una buena noticia.

Aquel tipo llevó aquello a la práctica, para perplejidad de quienes escuchamos su razonamiento en respuesta a la llegada del inoportuno teletipo. El delfín era un sentimental, con independencia de lo que dijera el examen médico, según decidió aquel sujeto. El amor tiene razones que la razón no entiende. Tampoco el lector, por lo visto. La noticia, por supuesto, no cambió en nuestra web. No podíamos permitir que un teletipo nos jodiera una historia tan bonita.

Recuerdo ahora todo esto porque la segunda de a bordo de aquel tipo va regalando ahora clases públicas de periodismo aupada a su rimbombante puesto en un destacado medio digital, según he visto en una entrevista con la que hoy he tenido la desgracia de toparme.

Hace algo más de diez años de aquello, pero todavía me acuerdo de cuando ella y su equipo desembarcaron en mi periódico. Gente sin ninguna experiencia y con toda la soberbia del mundo, individuos e individuas -la mayoría de ellos muy jóvenes, afrontaban su primer empleo- que jamás se habían currado una mala noticia mirando por encima del hombro a los que llevábamos diez, o veinte, o treinta años en el oficio. Porque ellos tenían blog, y nosotros bloc (de anillas). No sabían levantar un teléfono para contrastar una información, pero sí tenían la osadía de titular una noticia por un comentario que un lector había dejado en el foro de cualquier asunto. Así, con dos cojones. Era el periodismo ciudadano. Así lo llamaban.

Nos despreciaban públicamente. Los del papel, nos decían, los del viejo papel. Nos lo decían, con un insultante aire de suficiencia, aquellos recién llegados (a todo) a los que habíamos puesto ese periódico en pie, dejándonos las pestañas en ello. Éramos asesinos de árboles, como nos llamó un día aquel imbécil del delfín. Y lo peor era la complicidad de los paletos que dirigían el periódico, acompañados por las palmas entusiasmas de los cobardes estómagos agradecidos que siempre están de guardia, los cuadros intermedios que bracean para que nada cambie, no se les vaya a agrietar su chiringuito.

Aquella gente que desconocía y despreciaba las más elementales reglas del oficio jodió mi periódico. Luego volaron, como la plaga de langosta que son, a seguir devorando otros lugares donde otros hubieran plantado la cosecha que ellos se comerían. Así siguen.

Ahora, como entonces, pretenden dar lecciones de periodismo. Ellos, que en su puta vida han pisado la calle para currarse un reportaje o seguir el rastro de una información. Ellos, que viven de parasitar webs ajenas y reproducir sus contenidos, igual que entonces.

Y siguen con su mantra, ese que continúa ¡todavía! acusando a los viejos periodistas del papel, como si quedaran muchos, de reaccionarios contra el progreso de Internet. Ese tótem. Porque buenos y malos profesionales los ha habido y los hay en todos los soportes: con una anotación en una libreta o con un tuit; con lápiz  o con un móvil de última generación; en el viejo papel o en la ya menos nueva Internet.

Pero estos siguen vendiendo su moto, como tristemente compruebo. Pontificando sobre un oficio que nunca han practicado ni conocido, ni querido. Un oficio que ellos han contribuido a enterrar, sin importarle tres cojones. Y hablan de renovación, y de historias, y de formas de consumir, como si hablasen de sus cacharritos tecnológicos de mierda, sin ningún respeto ni conocimiento de causa.  Los catedráticos del corta y pega. Como si esto fuera un conflicto entre tecnologías, soportes o mentalidades, y no una invasión de caraduras a un oficio que están lejos de conocer y merecer. Su puta madre.

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