El otro día iba yo en autobús por Madrid. Serían las nueve y media de la mañana, minuto arriba o abajo. En la parte delantera, sentada cerca del conductor, viajaba una mujer, de unos treinta y tantos o cuarenta, que mantenía con éste una rutinaria charla sobre el día a día de ambos. Conversación castiza y manoseada y expresión fatigada desde las primeras horas de la jornada.
Ella explicaba que se dirigía a su trabajo, en una tienda de ropa, de 10.00 a 20.00. Diez horitas, del tirón. Con treinta minutos, o menos, para echarse algo al estómago, supongo. También los sábados, añadía. «Al menos no madrugas», le dijo el conductor, tratando de buscarle algo positivo al asunto. «Bueno, tampoco -le contestó la viajera-, porque tengo que levantar a mis dos hijos, prepararles el desayuno, llevarlos al colegio… La verdad es que desde las siete estoy en danza, y luego no llego a casa hasta pasadas las nueve. Pero, mira, tal y como están las cosas me doy con un canto en los dientes».
Mientras la escuchaba -y calculaba la miseria de sueldo (¿700? ¿800? Tal vez, con suerte, ¿900?) que la mujer percibiría por dejarse la vida recogiendo prendas desechadas del probador y llegar a su casa de noche, hecha unos zorros- pensé en toda la tropa heróica que, como ella, brega con la vida en pulsos diarios, sin tregua ni esperanza de alcanzarla. Esos «working class hero» a los que cantaba Lennon hace 45 años (tantos, ya):
«Tan pronto como naces te hacen sentir pequeño, sin darte ningún tiempo en vez de dartelo todo. Hasta que el dolor es tan grande que ya no sientes nada. Un héroe de la clase obrera es algo que tienes que ser».
Eso, decía, es lo que cantaba Lennon. Lo mismo que hoy, casi medio siglo después, se le puede seguir rezando a esa mujer del autobús y a los millones de personas que, como ella, sólo pueden otear el horizonte donde aguarda un domingo que servirá para poner algo de orden en la casa y, con suerte, echarse la siesta de la semana, si los niños te dejan.
Con un canto en los dientes.
P.D.: Anoche me acordé de esa mujer escuchando a la señora Ministra de Empleo, doña Fátima Báñez, hablando del empleo de calidad que estaba creando su Gobierno. También me acordé del canto, y de los dientes.
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